No me paltea confesar que los primeros libros que compré fueron piratas. O "bambas", como los llamábamos en mi época de webero colegial. Todas esas novelas que me obligaron a leer en cuarto las conseguí en Amazonas: Vargas Llosa, Bryce, Reynoso, Scorza. Entonces, claro, no tenía la menor idea de que al otro lado de la ciudad, quedaban sitios como El Virrey o La Casa Verde, a donde mi viejo no hubiera podido llevarme. Supongo que él tampoco conocía de su existencia, jeje. Recuerdo que en mi casa no teníamos muchos libros de literatura, a excepción de una colección que salió con La Tribuna, pero eran obras tipo "Ollantay" o "Los Comentarios Reales de los Incas", que ya habíamos leído en 2do año. Y luego otros fascímiles de autores peruanos que salieron con Expreso en 1998, pero de ahí nada más. En definitiva, si quería leer no me quedaba otra que pegar la lateada hasta donde hoy se ubica el puente de Acho. Tomaba la 11, un microbio celeste con una franja blanca, que me dejaba allí mismo. Fruteros, chicharroneras, lustrabotas, cachineros, todos se confundían en un espacio que ahora luce más despejado, pero siempre con el imponente San Cristóbal de fondo.
Puede que la primera obra que compré (y regatié allí) fue "No me esperen en abril" (Peisa, 1995). Una novelita que no me exigieron leer, pero que me vaciló por su portada y por que trataba de un colegial cuyo nombre estaba como pa batirlo hasta aburrirse: Manongo Sterne. Como yo también era un colegial medio timidón y lorna, creo que me sentí identificado. Pagué alrededor de cinco lucas y regresé a casa ojeando las primeras páginas. Hoy, que ya no vivo en San Juan de Lurigancho y rara vez bajo por Amazonas, me pregunto a dónde habrán ido a parar esos libros piratas. Me hubiese gustado conservarlos aunque sea como recuerdo... Pero fácil que mi viejita los botó antes de mudarnos, al igual que la colección del Estudiante y del Chesu...!, que tanto le gustaba a mi hermano. A pesar de que el paisaje no es el más atractivo de toda Lima, porque allí nomás está el río Rímac y sus pastrulos y "topos", creo que el campo ferial todavía es una buena opción para el lector con poco billete. O sea, para todos los gustos hay, desde textos escolares de inicial y primaria, hasta los libritos más cochambrosos que nunca imaginaste que se salvarían de las polillas.
Aprovecho en colgar algunas imágenes que tomé muy al vuelo en mi última visita, encaletándome la cámara ni bien la sacaba. Igual que el arequipeño cuando observa el Misti, yo también me emociono al ver (y qué será volver a subir) el cerro. Y no va a ser...